[Este artículo entró como capítulo en el libro
«El bienestar en la cultura…« 2da edición ampliada, publicada por Pie de los hechos en 2016]
[Publicado originalmente en Campo Grupal n° 110, abril de 2009]
Matamos nuestros sueños con caprichos
D. Valenzuela
Los psicoanalistas dicen cosas como: “la cultura –después de que Freud lo señalara tan claramente– necesariamente conlleva cierto malestar para los hombres. Ha sido así en todas las épocas y seguirá siéndolo.” Los historiadores decimos cosas diferentes.
Curiosidades
- Homero y Bart Simpson se han tornado los personajes ficticios más populares del orbe. Han tomado el lugar ¡de Súperman!
- La publicidad de una golosina promociona su nuevo pequeño tamaño explicando que “así no tenés que compartir”. ¿Pregón del egoísmo?
- “La única oportunidad que tienen los niños y los jóvenes de ser un niño o un joven, es que haya un adulto que le ceda ese lugar. El ser adulto es, sin lugar a dudas, un acto de generosidad hacia las nuevas generaciones”, pero “las viejas generaciones no parecen estar muy dispuestas a realizarlo”.[1] ¿Fin del altruismo?
- Un amigo no cumplió el compromiso que asumió con nuestro equipo y explicó que no tenía ganas. Aquí y allá se enarbola el deseo antojadizo. Slogan de fibras Edding: “Hacé lo que quieras.” ¿Prescribieron las obligaciones?
- Un alumno ignora y hasta boicotea a su profesor y explica que es porque lo aburre. Su madre lo justifica. ¿Ahora un docente debe ser un entertainer?
Todas estas curiosidades se encuentran en campos muy diversos. Tal vez hablen de nuestra cultura. Tal vez nuestra cultura ya no requiera malestar a sus vástagos. La psicopatología contemporánea, dice Bifo, no está signada por la re-presión sino por el estallido de la ex–presión y el just do it.[2] Tal vez nuestra cultura no exija malestar a sus individuos y les ofrezca bienestar.
Esta sospecha me llevó a revisar El malestar en la cultura.[3] Bien podía ser que, entre el siglo XX y el XXI, la cultura hubiera dejado de ser como en tiempos de Freud.
Tesis: el malestar en lo social muda en bienestar en la cultura.
Publicidades
I. Detengámonos en la publicidad actual, clave inestimable de la cultura contemporánea. A fines de 2007, apareció un cartel publicitario de la marca de zapatillas Converse, la clásica zapatilla de los rockeros de los ’70 y ’80. Había una foto de una adolescente tocando la guitarra y saltando, abiertas las piernas y colgante la guitarra, como en tiempos gloriosos del rock. Unas letras dicen “ningún músico es un abogado frustrado”. Y más abajo, “Sos único. Hacete cargo”.
No hay proposiciones sobre lo social y no hay mandato de trabajar. ¿Se ha terminado el tiempo del malestar en la cultura? No es que para el cachorro humano haya dejado de ser traumática su socialización, sino que en nuestra cultura, no están reñidas la socialización y el narcisismo –más bien, lo contrario. El encierro narcisista (ser ‘único’) ya no es asocial sino perfectamente rentable; en este sentido, más que encierro es una extroversión, y más que como malestar se vive como bienestar –como gozoso bienestar. La vieja problemática ‘individuo versus sociedad’, una problemática liberal (una problemática de la cultura del malestar), parece superada por la economía neoliberal y la cultura del goce yoico.
Noche de luna llena. En el banco de una plaza, una pareja mira la luna. Él le declara su amor y le promete la luna. A continuación, abre y come un Danette. Ella le pide que le convide. Él, parándose y yéndose, contesta que ahora va a bajarle la luna. En la cultura de hoy los otros son aquellos que limitan la posibilidad de satisfacer mis apetencias. Mi relación con el otro no tiene que producir una merma en la cantidad de Danette disponible para mi disfrute. Los otros de mi cultura no son unos con los que cooperar, unos con los que comparto un rol productivo en una división del trabajo, sino unos con los que consumir. Puedo compartir el consumo de una película de cine, o el caminar por un shopping, incluso un Danette, pero debo fijarme en que ese compartir no cercene mi goce.
En tiempos de capitalismo salvaje, el malestar en la sociedad se compensa con el bienestar en la cultura. Dice Ulrich Beck: Damos soluciones biográficas a contradicciones sistémicas.
II. ¿Que la publicidad es una clave inestimable de la cultura contemporánea? Merece un argumento.
Hoy, cuando ‘la cultura’ no es un universo simbólico común a los socializados en esa cultura, sino, dice Tarsow, “una verdadera polifonía”; hoy, cuando la cultura es más bien la dispersión de su estallido; hoy, cuando no hay la cultura, lo único transversal a lo que todavía llamamos cultura es la publicidad.
El malestar en lo social muda en bienestar en la cultura. Y es en la publicidad, justamente, donde se promete bienestar. Y es la publicidad, sobre todo, la única producción cultural que atraviesa todas las esquirlas culturales (junto a la TV, con la que hace simbiosis). En la esfera publicitaria se promete lograr bienestar a través del consumo o, dicho mejor, obtener, a través del consumo, ese sucedáneo contemporáneo del sentido que es la imagen. La publicidad, como incitación al consumo, como promesa de satisfacción, como promesa de la experiencia de consumo y como promesa de la imagen adecuada para tu unicidad (“sos único, hacete cargo”) es la invitación a atravesar ese umbral más allá del cual se halla el bienestar. La publicidad contemporánea es la guía Michelin para turistas de los no-lugares. La publicidad es el reservorio de imágenes que orienta el mundo de las imágenes –o sea, la cultura de nuestros días.[5]
Allí, una promesa de bienestar no es ya, como antaño, una esperanza de realización, ni aun una confianza en su realización, sino la imagen del bienestar. Lo único que la promesa de bienestar realiza en acto es una imagen de bienestar (una promesa en imágenes que por un lado se realiza como bienestar en imágenes y por otro construye el bienestar como imagen). Sabemos además que la imagen contemporánea no tiene tiempo: es presente puro. Luego, la promesa de una experiencia de bienestar no es una promesa sobre el futuro sino que es la imagen presente de la experiencia de bienestar, que de por sí es una experiencia de bienestar. Es muy probable que no podamos consumir tal o cual experiencia (por ejemplo, que no podamos comprar las zapatillas Converse o el postrecito Danette), pero aún así estaremos consumiendo las imágenes publicitarias. Si encontramos en la publicidad la clave de lo que provoca la cultura hoy no debemos extrañarnos: vivimos en una sociedad en la que lo que “baña como un éter general” a la subjetividad ya no es el trabajo sino el consumo.
¿Qué pasa con aquellos que no entran en el consumo? Por un lado, las imágenes en el mundo contemporáneo se pueden consumir gratuitamente: es la concesión graciosa del capital financiero. Puede ser que no se obtenga la experiencia del consumo del producto que la publicidad invita a consumir, pero sí se obtiene la experiencia del consumo de la imagen publicitaria, la experiencia emotiva, por ejemplo, de la canción de 7up del verano de 2008 (“qué bueno que es vivir como esta gente”*) o de un chico saltando a lo rockero; la experiencia cómica de la propaganda de Danette; la experiencia narcisista del corto de Coca-Cola de tener a todos cantando lo mismo que yo (“hoy quiero que me mires, oh, oh”*); y así sin fin.
Merece también una constatación que compruebe que la publicidad es transversal a la cultura. En el afiche de la camioneta Renault Sandero Stepway, se ve una foto de la camioneta en medio del campo y, grande, sobre la camioneta, sobreimpreso, un almanaque semanal, con la letra inicial de cada día de la semana: “|L|M|M|J|V|S|D|”. Lo particular de ese almanaque es que las letras que aparecen en rojo no son la S y la D sino la M y la J. Abajo, la leyenda del cartel dice: “No importa el día. Hacelo finde”. No estás en la sociedad para reprimir apetencias, para dominar pulsiones, sino para satisfacerlas. Por ejemplo, los días no laborables son los que se te canten. No sufrís porque tu trabajo esté precarizado, sino porque no disfrutás de tu libertad.[6]
El verano pasado, un gran afiche de la cerveza Corona mostraba la foto de una playa caribeña paradisíaca, con aguas celestes casi cristalinas, una hamaca paraguaya sobre el agua, palmeras al fondo y, en primerísimo plano, una botella de cerveza Corona bien helada, transpiradita y con un gajito de limón. Bien grande, describía: “La oficina”, y remataba: “Transformá tus momentos”. La mayoría de los consumidores de Corona no volará al Caribe, pero transformará sus momentos –les pondrán onda.
Dos productos tan diferentes como una cerveza y una camioneta proponen que el tiempo formal, el tiempo alguna vez instituido sea subvertido. Es que los mensajes publicitarios de hoy no dependen tanto de las características de la mercancía que se esté ofreciendo como de lo que el consumidor más estadísticamente corriente (o sea, prolíficamente encuestado) dé por bueno y apetecible, de lo que pueda atraer la atención del consumidor para comprar el producto ofrecido y, antes aun, la imagen publicitada.
Como la publicidad no es tan producto-dependiente como cultura-dependiente, leemos la cultura ahí.
Egos
Así como cambia la cultura, así también cambia el individuo que ella produce. El malestar en la cultura limita al individuo. El bienestar en la cultura lo ilimita.
Primero, en la cultura de tiempos sólidos –freudianos–, el individuo era siempre un potencial enemigo público. “Todo individuo es virtualmente un enemigo de la cultura… Por eso la cultura debe ser protegida contra los individuos, y sus normas, instituciones y mandamientos cumplen esas tareas.”[7] Segundo, la cultura debía limitarlo para que se enlazara con otros y hubiera sociedad. “Esa multitud de seres humanos deben ser ligados libidinosamente entre sí; las ventajas de la comunidad de trabajo no los mantendrían cohesionados” (118).
Tercero, el disciplinamiento del individuo lo lograba el amor del Otro por él. Freud pregunta: ¿Por qué el hombre accede al influjo ajeno de la moral, al influjo ajeno de la cultura? “Se lo descubre fácilmente en su desvalimiento y dependencia de otros; su mejor designación sería: angustia frente a la pérdida de amor. Si pierde el amor del otro, de quien depende, queda también desprotegido frente a diversas clases de peligros” (120), y sobre todo frente al peligro de que ese otro, un “ser hiperpotente”, “demuestre su superioridad en la forma del castigo”. “En los adultos…, la comunidad humana global reemplaza en ellos al padre” (121).
Ahora bien, los tiempos posindustriales son también tiempos de “superfluidad del hombre”.[8] Como para el capital financiero, a diferencia del capital industrial, la necesidad de fuerza de trabajo es aleatoria y celular, ningún individuo es necesario para la sociedad. El hombre no se comprueba necesitado por la sociedad; no se siente amado por la sociedad. Siendo prescindible, su humanidad es superflua. El retiro de la comunidad humana global de su lugar de padre lo deja sumido en la angustia del no-amor de los otros, una angustia social.
Frente al retiro de Otro que lo ame y lo considere indispensable, el yo recurre al narcisismo. El narcisismo es un signo de los jóvenes de hoy tituló La Nación (10/2/08).[9] La cultura actual pone a disposición múltiples recursos para ‘auto-quererse’, para quererse de modo narcisista radicalizado. A esta forma de ‘auto-amor’ que la cultura otorga en nuestros días la llamamos ‘bienestar en la cultura’. Ya que el Otro, la sociedad, se declaró prescindente de mí, prescindo del Otro, de la sociedad, y ensalzo mi ego. Cuando la mirada que me constituye como yo no quiere o no puede ya mirarme, ante la ausencia de miradas y de Mirada, buena es una imagen. Si no sé quién soy para el Otro, si no sé quién es el Otro para mí, puedo lucirme en la pantalla (tv, fotolog o espejo): ponerme una careta tenida por buena, linda, cool, que me haga sentir relevante en algún grado.
El narcisismo psíquico (desvalidez y necesidad de amor) empalma muy bien con el narcisismo publicitario. La necesidad de amor pide una imagen para yo (esa que el Otro ya no da): el marketing se la da a cántaros. Es como si el capital financiero hubiera dicho ‘allí donde haya un desvalido, allí se le ofrecerá algo para tenerse por lindo, cool, relevante, querible, para que se auto-quiera’. Todo esto, por supuesto, se da automáticamente; el automatismo del capital produce la superfluidad, la desolación, el desvalimiento social, el recurso a la imagen, y culmina en la confusión entre la imagen narcisista y la marquetinera. (El camino de ‘desnarcisación’, en cambio, no podrá ser automático.)
“El ser humano se vuelve neurótico porque no puede soportar la medida de frustración que la sociedad le impone en aras de sus ideales” (86). Hoy, cuando la sociedad sigue imponiendo frustraciones en medidas más grandes que las soportables, el ser humano puede hacer otra cosa que volverse neurótico. Puede recurrir a la satisfacción narcisista por la vía del consumo, a la satisfacción egoica por vía imaginal. Hoy, para estar en sociedad, el individuo no tiene que –como en tiempos sólidos– ‘encajar’, sino que debe ‘ponerle onda’, es decir, poner imágenes que circulen como exitosas o excitantes.
Si la cultura sirve “a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres” (88), podemos decir que actualmente la protección del ser humano frente a la naturaleza está medianamente asegurada en lo inmediato[10] y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres ya se ha revelado suficientemente indómita. Ante estas constataciones, nada mejor que la desvinculación, nada mejor que irse a la playa el día laborable, y luego irse ‘tranqui’ (solo) a navegar con wi-fi a la carpa del balneario. Los eslóganes que promueven el ‘yo me entiendo’ o el no compartir una golosina invitan a gozar del desvínculo sin pasar por las asperezas del ermitañismo. Nada mejor que ser único y hacerse cargo.
Continuará…
Queda pendiente extraer las implicancias de todo esto: ¿cómo es la vida imaginal?, ¿cuál es hoy el concepto práctico de cultura (ver La escuela contra yo, La escuela desertó (no los pibes) y Astituciones. El tiempo, el sujeto y la cultura…)?, ¿el bienestar en la cultura explicará fenómenos como la violencia profusa, la crisis educativa y la pasión adrenalínica (ver Adrenalina en la cultura y Juego adrenalínico y trabajo precario)? Por razones de espacio, quedará para la próxima. Ahora resumamos.
Al entrar a la cultura, “el hombre ha cambiado un trozo de posibilidad de dicha por un trozo de seguridad” (112). En este sentido, el malestar era inherente a la cultura de Freud.
Nuestra premisa es que la cultura no es siempre como era en 1929. Nuestra tesis, que lo inherente a la cultura contemporánea es la promoción del bienestar. Mientras que la cultura del capitalismo industrial producía malestar individual y construía lo social, en cambio la cultura del capitalismo posindustrial desliga lo social y produce bienestar individual.
Que la cultura contemporánea promueva bienestar no quiere decir que promueva la dicha. Lo que promueve es goce. En la cultura del bienestar, la sociedad ha renunciado a sus posibilidades de mancomunión y protección para que el individuo aumente sus posibilidades de goce.
“Ante el malestar el ser humano puede refugiarse en el narcisismo, pero nos enseña Freud que… el vínculo con otros encierra el malestar, pero nos brinda al mismo tiempo una salida. El trabajo, si es creativo y con otros, puede devenir una vía de salida del malestar que no sea la enfermedad.”[11]
En la sociedad posindustrial, la cooperación (que la división social del trabajo inducía en tiempos industriales) no está en la información constitucional del sujeto. El bienestar en la cultura es esa gran operación automática que hace que el aislamiento social no aparezca como reclusión sino como bienestar in. Del malestar en la cultura, decía Freud, podemos salir trabajando con otros. Del malestar en lo social –dice el chamuyo publicitario de nuestro tiempo– podemos salir con la exhibición narcisista.
El padecimiento por nuestra soledad –dice nuestra desligante sociedad– no se debe a nuestra soledad, sino a que no la hemos enarbolado suficientemente.
Pablo Hupert (pablohupert@yahoo.com.ar)
[1] M. Brawer y M. Moragues, entrevistadas por M. Garber, en “Tester de violencia”, Acción, Buenos Aires, noviembre 2008.
[2] F. Berardi (Bifo), Generación post-alfa, Tinta Limón, 2007, p. 214.
[3] En Freud, Obras completas, t. XXI, Amorrortu, Buenos Aires, 1998 (en adelante, los números entre paréntesis indican las páginas de esa edición). Resumamos la tesis central de El malestar en la cultura con E. Aguirre. “La cultura es una especie de trueque en donde sacrificamos gran parte de nuestra libertad individual a cambio de seguridad y protección frente a los peligros: de la naturaleza, del propio cuerpo y de las demás personas. El malestar proviene de las restricciones que la cultura impone a la libertad individual en pos de la vida en sociedad”. O con G. Jasiner: “Quienes vivimos con otros siempre vamos a tener una dosis de malestar en forma estructural”.
[4] En el universo de la imagen, no solo las visuales son imágenes. Por caso, un slogan publicitario (“tomá el lado Coca-Cola de la vida”, por ejemplo) no es tanto parte de un sistema lingüístico sino más bien una esquirla en un bombardeo imaginal.
[5] ¿Huelga insistir? Aunque no me pueda comprar la Sandero Stepway, sí puedo tener la actitud que tienen los ‘bananas’ que se la compran. Es decir, aunque no me la puedo comprar, sí puedo ‘comprar’ la imagen del banana, del que está in. Y, si no lo hago, quedo out. Lo ineludible para obtener bienestar en la cultura (para ser in) no es comprar cosas sino incorporar ondas, estilos, actitudes.
[6] Freud, El provenir de una ilusión, en OO. CC., t. 6, Amorrortu, 1998, p. 21.
[7] I. Lewkowicz, Pensar sin Estado, Paidós, 2004.
[8] Es un narcisismo sui generis, sin duda, pues no depende de la mirada de la madre… Pero nada garantizaba que la psiquis se mantuviera inmutable a través de las épocas.
[9] No así la protección de la naturaleza frente al ser humano… pero esto ya es otra cuestión.
[10] G. Jasiner, Seminario teórico del 12/05/07, IIG, Buenos Aires.
Pablo:
1. El título del artículo promete algo que el texto cumple. Odio cuando esa fidelidad, por impotencia o vanidad, no se sostiene.
2. El acápite es de una gran precisión.
3. Me parece adecuada la lectura de la cultura bajo el universal publicitario. Esto abre el espacio a la construcción de una noción alternativa (leída bajo otro universal), cosa que no hacés en este artículo, pero que espero para el próximo (veremos qué pasa con el concepto de cultura práctica que posponés -para *insatisfacción* del lector- para la segunda parte). Su título podría ser: «El malestar en la política». O, en otro registro, podría indicar una lectura posible del culto como fuerza a-cultural, como hace el compañero Taubes, etc.
4. Punto más alto: consumo de la *imagen* publicitaria como dispositivo de hiper-inclusión.
5. Último asunto: se abre nuevamente una discusión ética antiquísima y actual: bienestar vs. dicha. Me parece serio hablar con estas palabras y no con el vocabulario expresivista disponible.
6. La colocación del enunciador me parece pertinente. Basta de intelectuales críticos. El aburrimiento no permite que lleguemos al momento en que presentan su «pars construens».
Saludos,
Sebastián
Hola, Sebastián!
Tus comentarios son valiosísimos, y me dan una pista de cómo encarar la segunda o tercera parte del artículo (tengo tantas notas sueltas que no sé cuál tomar como punta del ovillo).
El comentario más importante, sin duda, es el 3. Algo armaré con lo de la cultura práctica. Gracias!
Pablo
muy buen articulo Pablo!!! te agradece un humilde estudiante de psicologia.
Una cita de José Luis Brea, que ayuda:
«Todo lo que aquí está entonces en juego es volátil, fantasmagórico. Esta es una economía de imaginario, de los flujos del imaginario, y sus negociaciones recíprocas y efectos. Toda la producción de riqueza -no otra cosa se dice cuando hablamos de economías de atención- depende de la gestión en ellas de los procesos de reconomiento e identificación, de individuación y puesta en colectivo. No se trata sólo de que los «objetos» que circulan aquí sean más o menos inmateriales, más o menos intangibles. Sino, más allá y con toda propiedad, que son en última instancia de naturaleza psíquica, que tanto resultan de una producción en última instancia mental -ya lo hemos dicho: del trabajo afectivo o el trabajo intelectivo, productor de conceptos o emociones, inteligencia o pasión- como al mismo tiempo redundan en producción de vida psíquica -entretenimiento, experiencia, vida interior, inteligencia, conocimiento, emoción, identificación, diferenciación….: en última instancia, y en todo caso siempre, formas de institución de subjetividad, ya individual, ya colectiva».